Érase una vez una familia real de cinco miembros. El rey y la reina tenían tres hijos: dos príncipes y una princesa. La princesa era la más joven, pero también era la más valiente e ingeniosa de todos.
Un día, la desgracia se abatió sobre el reino cuando una gran sequía azotó sus tierras. Las cosechas no crecieron en la tierra seca, dejando al pueblo sin comida ni dinero. Parecía que nada podría salvarles de esta terrible situación… hasta que un viejo pescador les presentó una solución improbable: ¡una espina de pescado mágica!
El pescador les dijo que si querían acabar con su mala suerte, debían encontrar algo lo suficientemente valioso como para cambiarlo. Pero, ¿qué tenía uno que fuera lo suficientemente valioso? En ese momento, la princesa Rosa se adelantó con su brillante idea: ¡daría sus joyas!
Aunque le rompía el corazón desprenderse de cosas tan hermosas, sabía que era por el bien de su familia y sus compatriotas. Así que, con el corazón apesadumbrado pero con el espíritu esperanzado, cambió todas sus joyas por este objeto misteriosamente poderoso: ¡la espina de pescado mágica!
Al instante, tras realizar su danza ritual sobre carbones calientes delante de todos los miembros de la corte (¡lo que hizo reír a todos!), ¡comenzó a caer una ligera lluvia desde lo alto! ¡Todo el mundo se alegró, ya que en pocos días volvieron a aparecer campos verdes y exuberantes gracias al poder de este pequeño hueso! A partir de entonces, la princesa Rosa pasó a ser conocida como «la princesa valiente que nos salvó a todos» entre los que vivían cerca… ¡y también más lejos!
¿Y cómo siguió la vida después? Bueno, digamos que nuestra valiente heroína nunca dejó de sorprender a los demás con su creatividad y ayuda, sin importar el reto que se les presentara, lo que demuestra que no se necesitan poderes mágicos ni hechizos; a veces basta con tener un buen corazón para que los sueños se hagan realidad, sin importar la edad o la posición en la vida, ¡incluso en la realeza!
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