Érase una vez un joven aventurero llamado Elmer Elevator. Amaba a los animales y quería ayudarlos como fuera. Un día, Elmer oyó hablar de un dragón mágico que estaba atrapado en la Isla Salvaje. Decidió que debía rescatar a ese dragón.
Empezó a empaquetar sus cosas para el viaje que tenía por delante: ¡comida, agua, mantas y, por supuesto, algunas golosinas para el dragón! Con todo preparado, Elmer partió en su misión de liberar al dragón de la Isla Salvaje.
Cuando llegó a la Isla Salvaje, le pareció una tarea imposible: ¿cómo iba a encontrar al dragón? Elmer buscó por todas partes, pero no tuvo suerte, hasta que finalmente vio algo brillante en un árbol lejano… ¿Podría ser? Era la punta de la cola de un dragón.
Elmer se dirigió con cuidado hacia el lugar donde vio la cola asomando por detrás de una gran roca. En cuanto se acercó, Elmer se dio cuenta de algo más: unas cadenas alrededor de los pies que la ataban en su sitio. ¡El pobre había estado cautivo todo este tiempo!
Elmer volvió corriendo a su bolsa y sacó unas herramientas especiales que le ayudarían a romper esas cadenas para poder escapar juntos. Pero antes de salir de la Isla Salvaje había una última cosa que necesitaban… ¡un mapa! ¡Sin él no sabrían en qué dirección les esperaba el hogar a ambos!
Por suerte, después de buscar entre los arbustos y árboles cercanos, encontraron justo lo que buscaban: ¡un mapa del tesoro que les llevaba de vuelta a casa! Armados con su nuevo mapa, los dos trazaron rápidamente su camino lo más rápido posible. A lo largo de cada etapa de su viaje, había obstáculos como ríos o montañas que bloqueaban su camino, pero ninguno les impidió llegar finalmente a casa sanos y salvos.
Ahora, de vuelta a casa, Elmer agradeció al Dragón agradecido por permitirle unirse a la liberación de las garras del mal de la isla salvaje. Los dos se hicieron amigos rápidamente cuando de repente se dieron cuenta: ¡todavía no tenían ni idea de qué tipo de dragón era! Así que juntos buscaron en libros llenos de criaturas míticas hasta que finalmente… lo encontraron: El Dragón de Oro. A partir de ese momento, todo el mundo conocía esta historia como «El Dragón de mi Padre», porque por muy duras que fueran las cosas durante su viaje, el amor paternal nunca flaqueó entre estos dos valientes aventureros.
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