Había una vez una niña llamada Raquel que vivía en el reino de Greendale. Tenía una vieja jarra oxidada que encontró en el desván de su abuela. Pero Rachel no sabía que esa vieja jarra era mágica.
Un día, mientras limpiaba la casa, Rachel llenó el cántaro con agua del pozo y, para su sorpresa, cuando miró en él, ¡algo brillaba dentro! Entusiasmada, salió corriendo para enseñarle a su hermano pequeño lo que había encontrado.
Pero cuando lo abrieron, los dos se quedaron asombrados de lo que ocurrió a continuación: ¡salieron cientos de bolas de colores rebotando a su alrededor! No podían creer lo que veían, pues las pelotas rodaban como locas y rebotaban en todas las paredes a la vista.
Los dos niños se reían histéricamente mientras perseguían cada pelota intentando atraparlas antes de que se escaparan. Después de jugar durante horas, los hermanos hicieron un descubrimiento sorprendente: ¡cada pelota contenía un deseo que esperaba ser concedido por alguien lo suficientemente valiente como para pedirlo!
Rachel y su hermano no tardaron en pedir todo tipo de deseos maravillosos: manzanas de caramelo y helados con chispas, vestidos nuevos y zapatos brillantes, e incluso billetes para emocionantes viajes alrededor del mundo. Tan pronto como se pedía un deseo, éste se hacía realidad ante sus propios ojos.
En poco tiempo, la noticia de estos deseos mágicos se extendió por todo Greendale, hasta que todo el mundo quiso pedir también uno de la Jarra Mágica. Todos querían tener la oportunidad de conseguir lo que su corazón deseaba, pero sólo los más atrevidos lo conseguirían… si es que alguien podía encontrar dónde estaba escondida de nuevo La Jarra Mágica, es decir…
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