Había una vez un pequeño cachorro llamado Floof. A Floof le encantaba jugar con sus amigos y explorar el mundo que le rodeaba. Sin embargo, tenía una cosa en mente: ¡tener su propio teléfono!
Por mucho que rogara y suplicara a sus dueños, éstos le decían que no. Le dijeron que los teléfonos eran sólo para los humanos y que sería demasiado difícil enseñarle a usar uno. Pero esto no impidió que Floof deseara tanto uno.
Un día, Floof decidió tomar cartas en el asunto y buscarse un teléfono. Empezó preguntando a todos los animales del vecindario si tenían algún teléfono extra por ahí, pero ninguno lo tenía. Así que se dirigió a lugares más grandes, como tiendas o incluso tiendas online, pero, por desgracia, ¡tampoco funcionó nada!
Frustrado, Floof empezó a buscar en todo tipo de montones de chatarra con la esperanza de encontrar algo útil, y de repente se topó con un viejo teléfono plegable enterrado en lo más profundo de unos escombros. Después de limpiar el polvo y las telarañas del aparato, lo abrió con cuidado, mostrando sus bonitos botones y su pantalla. Aunque no podía usarlo como teléfono porque no sabía cómo hacerlo, se lo llevó a casa con orgullo, sintiéndose feliz por saber que ahora ¡ÉL TAMBIÉN TENÍA UN TELÉFONO!
Floof no tardó en encontrar formas de utilizar este nuevo tesoro: usarlo como decoración en su habitación o fingir llamadas con sus amigos. Le recordó que todo es posible cuando pones tu mente (y tus cuatro patas) en la consecución de tus objetivos… aunque no siempre puedas conseguir lo que quieres de inmediato, ¡a veces divertirse por el camino es igual de importante!
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