Había una vez un niño llamado Kai. Vivía en un pequeño pueblo costero, y nada le gustaba más que jugar en la playa con sus amigos.
Una mañana, Kai se despertó y descubrió que había algo muy extraño: ¡todos sus juguetes andaban por la casa! Sus peluches parloteaban mientras iban de una habitación a otra. Y lo que es aún más extraño, cuando Kai abrió la puerta de la cocina descubrió que sus cereales habían cobrado vida. Pequeños trozos de copos de maíz saltaban como pequeñas ranas, mientras que los trozos de avena cantaban alegres melodías mientras flotaban en el aire.
Kai no podía creer lo que estaba viendo, ¡parecía tan irreal! Pero entonces se dio cuenta de que todos los demás habitantes del pueblo estaban teniendo un día tan loco como él. Un grupo de niños reía y jugaba al pilla-pilla con unas misteriosas criaturas en el parque, mientras que un anciano se paseaba por la calle principal montado en una enorme langosta. Casi parecía que hoy podía pasar cualquier cosa…
Kai decidió explorar más este nuevo y extraño mundo dirigiéndose a la playa. Allí vio delfines que saltaban por los aros y tortugas marinas que hacían malabares con pelotas de colores bajo el agua, mientras las estrellas de mar se movían en largos hilos tirados por gaviotas que volaban por encima de ellas. Dondequiera que mirara Kai, ocurría algo completamente inesperado ante sus ojos: ¡realmente parecía que la magia se había apoderado hoy de este pequeño pueblo costero!
Mientras caía la noche y todo volvía lentamente a la normalidad, Kai reflexionó sobre lo bien que se lo había pasado explorando un lugar tan inusual durante un día especial, ¡aunque a veces se sintiera demasiado salvaje! Pero una cosa es segura: no importa a dónde le lleve la vida o lo que ocurra mañana, Kai siempre recordará con cariño este día tan loco.
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