Había una vez una niña llamada Alicia que vivía las más maravillosas aventuras. Era muy valiente y curiosa.
Un día, estaba paseando por el parque cuando vio algo extraño: ¡un conejo blanco con un reloj de bolsillo! El conejo salió corriendo hacia un agujero en el suelo, y Alicia lo siguió por él.
Alicia cayó y cayó durante lo que le pareció una eternidad, hasta que finalmente aterrizó en un suave lecho de cojines. Cuando se levantó para mirar a su alrededor, ¡se encontró en un lugar increíble llamado el País de las Maravillas! Dondequiera que mirara había todo tipo de criaturas divertidas, como animales que hablaban y personas diminutas que llevaban ropas y sombreros divertidos.
Alicia empezó a explorar este nuevo mundo, pero pronto se perdió. Preguntó a todos si sabían cómo volver a casa, pero nadie parecía saber dónde estaba su casa. De repente, oyó que alguien la llamaba desde muy lejos: ¡era el Conejo Blanco otra vez! Le dijo que podía mostrarle cómo salir del País de las Maravillas si le seguía rápidamente, ya que tenía asuntos importantes que atender y que ya no eran para llegar tarde.
Así que Alicia corrió tras el Conejo Blanco por muchos lugares diferentes: pasando por campos llenos de flores cantarinas, por puentes llenos de cangrejos bailarines, por bosques llenos de ardillas tontas, por ríos llenos de patos juguetones y por pasteles gigantes más grandes que las casas. Finalmente, llegaron a su destino -la entrada de vuelta a casa-, que resultó estar en el fondo de otro gran y profundo agujero en el suelo.
Alicia agradeció al Conejo Blanco su ayuda antes de volver a subir por todos aquellos túneles hacia la luz del día en la superficie, donde seguro que se sentía bien al estar de nuevo a salvo en casa… Pero aunque esta vez su viaje terminó aquí, en el fondo del corazón de Alicia seguía existiendo una especie de sentimiento mágico y misterioso que le hacía creer que algún día, tal vez pronto, ¡volvería a vivir otra aventura increíble como ésta!
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