Había una vez una pequeña aldea cerca del borde del bosque. En esta aldea vivían dos amigos: un anciano y un joven. El anciano era muy sabio y llevaba muchos años viviendo en el pueblo, mientras que el chico joven era nuevo en la zona y acababa de mudarse con su familia.
Un día, mientras paseaban por el pueblo, observaron algo extraño encima de una de las baldosas que formaban parte del camino empedrado. Era una baldosa de aspecto extraño con intrincados dibujos por todas partes, casi como si alguien se hubiera esmerado en su elaboración.
El anciano se detuvo en seco cuando la vio; supo inmediatamente lo que debía ser: ¡una baldosa delatora! Le habló al niño de sus misteriosos poderes: ¡si pones la mano sobre ella y pides un deseo, tus sueños se harán realidad!
El niño estaba tan entusiasmado con esta noticia que corrió a su casa para conseguir algo especial: una manzana del árbol de su familia que le daría al anciano como agradecimiento por haberle enseñado cosas tan maravillosas. Cuando regresó con su regalo, los corazones de ambos se llenaron de alegría por este amable gesto compartido entre ellos.
El día siguiente amaneció claro y luminoso y ambos hombres se dirigieron hacia las afueras de la ciudad, donde se encontraron ante una gran puerta que conducía a un mundo desconocido más allá… Cruzar esta puerta significaba sacrificar cualquier objeto que cada uno llevara consigo; sólo entonces podría comenzar de nuevo su amistad… Sin dudarlo, ambos colocaron sus manos en los lados opuestos de la Teja del Cuento, deseando que su vínculo se fortaleciera para siempre, antes de separar sus caminos hasta más tarde esa misma noche, cuando las estrellas volvieran a centellear.
Aquella noche, bajo un cielo estrellado lleno de esperanza
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