Érase una vez una niña a la que le encantaba la jardinería. Siempre había querido tener su propio jardín especial y un día tuvo la oportunidad de hacerlo realidad.
La niña fue al vivero local y compró algunas semillas de flores. Se las llevó a casa, cogió sus herramientas de jardinería y empezó a cavar en su patio trasero.
Plantó cuidadosamente cada semilla con amor y cuidado en diferentes partes de su jardín. Luego las regó todos los días para que crecieran fuertes y sanas.
Con el paso de las semanas, ocurrió algo mágico: ¡empezaron a aparecer pequeños brotes de debajo de la tierra! La niña no podía creer lo bonitos que eran, ya que crecieron hasta convertirse en grandes y coloridas flores que llenaron de belleza todo su jardín.
La niña estaba muy orgullosa de todas las cosas maravillosas que habían sucedido cuando plantó esas simples semillas: ¡le demostró lo poderosa que puede ser la creatividad cuando se utiliza para el bien!
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