Érase una vez una cabra madre que tenía siete cabritos. Un día, la madre cabra tuvo que salir y dejar a sus siete cabritos solos en casa.
Los cabritos estaban muy preocupados, pero su madre les aseguró que estarían seguros si se quedaban dentro y mantenían la puerta cerrada mientras ella no estaba. Así que los siete cabritos escucharon el consejo de su madre y se quedaron dentro.
Tal y como temía la madre cabra, nada más marcharse llegó un lobo hambriento en busca de algo sabroso que comer. El lobo llamó a la puerta de la casa y gritó con su profunda voz: «¡Dejadme entrar! He venido a cenar». Pero, para su sorpresa, ninguno de los siete pequeños abrió.
El lobo volvió a intentarlo con más fuerza esta vez: «¡Abrid o resoplaré y volaré vuestra casa!» Pero no ocurrió nada, ¡ni siquiera se oyó un sonido del interior! Furioso por haber sido ignorado una vez más, ¡decidió que había llegado el momento de hacer algún truco! El astuto lobo se disfrazó de una anciana que vendía leche de su cubo. Se acercó cojeando a su puerta gritando «¡Leche! Leche fresca».
Esto llamó la atención de una de las curiosas cabras, que abrió lo suficiente para poder asomarse, y sólo entonces se dio cuenta de que en realidad era un lobo disfrazado que intentaba engañarlas para que abrieran del todo. Afortunadamente, gracias a su astucia (¡y a lo que le enseñó su sabia madre!), los siete hermanos consiguieron mantenerse a salvo hasta que su madre volvió más tarde esa noche…
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