Había una vez dos ratones malos llamados Tom y Jerry. Vivían en una acogedora madriguera de ratones cerca de una vieja granja. Un día, decidieron ir a explorar el mundo fuera de su casa.
Mientras deambulaban por la granja, pronto tropezaron con una preciosa casa de muñecas en el patio delantero de la casa. Estaba hecha de madera de color rosa brillante, con hermosas ventanas, puertas y muebles en su interior. Los dos traviesos ratones no pudieron resistirse a asomarse al interior y seguir explorando.
Cuando Tom abrió una de las puertas para ver más de cerca el interior, enseguida se dio cuenta de que no era real: ¡sólo era una caja vacía! Llamó a Jerry para que se acercara y le mostrara lo que había descubierto sobre esta misteriosa casa de muñecas.
Los dos ratones malos se entusiasmaron con su descubrimiento: si no era real, ¡seguramente podrían hacer lo que quisieran con ella! Así que, sin pensárselo dos veces, empezaron a correr de un lado a otro y a destrozar todos los muebles en cuestión de minutos: sillas volcadas, cortinas arrancadas, papel pintado arrancado de las paredes, camas destrozadas… ¡nada quedó sin tocar por estos traviesos roedores!
Tom y Jerry volvieron a casa sintiéndose triunfantes, pero poco después se sintieron culpables por todos los destrozos que habían causado al jugar en una propiedad ajena sin permiso ni respeto por las pertenencias de los demás. Esta valiosa lección les enseñó la empatía hacia las cosas de los demás, así como la responsabilidad de sus actos en el futuro.
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