Había una vez una isla llamada la Isla de los Nueve Remolinos. Se decía que sólo los que tenían verdadero valor y fuerza podían atravesar esta peligrosa isla.
Nigel, un valiente muchacho de un pueblo cercano, soñaba con llegar algún día a este misterioso lugar. Había oído historias de dragones y grifos que vivían en la isla, así que se armó de valor y partió hacia la aventura.
Cuando el barco de Nigel se acercó a la costa de la Isla de los Nueve Remolinos, vio algo inesperado: ¡una hermosa princesa que le saludaba desde lo alto de un alto acantilado! Le dijo a Nigel que había sido atrapada en la isla por un malvado dragón y un grifo que custodiaban su entrada.
La princesa pidió a Nigel que la ayudara a liberarse de su prisión; a cambio, le concedería tres deseos si lo conseguían juntos. Encantado con esta perspectiva, pero asustado por lo que le esperaba, Nigel aceptó ayudarla a luchar contra esas poderosas criaturas.
Para prepararse para la batalla contra tan formidables enemigos, Nigel utilizó algunas sencillas ecuaciones aritméticas para idear estrategias que les dieran ventaja sobre sus enemigos en el combate. A primera vista parecía imposible, pero entonces intervino el Amor: ¡el amor entre amigos puede conquistarlo todo! Así que se lanzaron a la batalla armados con determinación y valor, así como con amor mutuo, y pronto salieron victoriosos. Cuando todo estaba dicho y hecho, fueron capaces de encontrar la igualdad entre ellos, así como con todos los demás a su alrededor.
Para celebrarlo, la princesa le dio a Nige tres regalos mágicos: Una piedra que le concedía cualquier deseo; la capacidad de respirar bajo el agua; y, por último, ¡la inmortalidad si lo deseaba! Tan pronto como se le otorgaron estos regalos, Nigel supo que podría cumplir sus sueños; ya no estaría sujeto a los límites o fronteras mortales. Juntos, él y la Princesa se embarcaron en una aventura nunca antes vista o experimentada.
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