Érase una vez una joven llamada Zoey. Vivía en una pequeña comunidad en la que todos se cuidaban entre sí y trabajaban juntos para conseguir grandes cosas.
Zoey tenía una cosa especial que la diferenciaba de los demás: utilizaba una silla de ruedas para desplazarse. Esto no le impedía hacer nada, pero sí significaba que no podía utilizar los equipos del patio de recreo como todos sus amigos. Zoey se sentía excluida y triste cuando todos se iban a jugar sin ella.
Un día, Jack, el mejor amigo de Zoey, tuvo una idea: ¿por qué no construir su propia rotonda para que Zoey pudiera unirse a ellos? Todos estuvieron de acuerdo en que era un plan brillante. Todos los niños se involucraron: algunos recogieron materiales de la ciudad, otros ayudaron a diseñarla y otros trabajaron duro en la construcción de la propia estructura. La llamaron «La rotonda zumbadora».
Cuando la Glorieta zumbante estuvo terminada, todos se reunieron y aplaudieron cuando Zoey dio su primera vuelta en ella: ¡le encantó! A partir de entonces, todas las tardes, después de la escuela, todos los niños se reunían en la Rotonda Zumbadora, donde se turnaban para dar vueltas hasta la puesta de sol, y nadie más que la pobre Zoey, en silla de ruedas, que se sentía más incluida que nunca.
Toda la comunidad pronto se enteró de lo que estos brillantes niños habían conseguido; cómo se habían unido para hacer algo especial sólo para una personita que necesitaba ayuda para encajar con todo el mundo. Pronto la gente empezó a visitarla sólo para ver esta extraordinaria obra de ingeniería, algo que con el tiempo se conoció como «El milagro de la rotonda de Whizzing»… ¡y gracias a la cooperación y al espíritu de la comunidad ocurrió algo verdaderamente mágico ante sus ojos!
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