Había una vez un niño aventurero llamado Aladino. Vivía en una tierra mágica llena de misterios y maravillas. Un día, mientras exploraba la ciudad, encontró una vieja lámpara escondida en un rincón polvoriento del mercado.
En cuanto la tocó, ¡sucedió algo emocionante! ¡Un genio apareció ante sus ojos! El genio le dijo: «Puedo concederte tres deseos si me liberas de esta lámpara». Aladino pensó en lo que podía desear y decidió utilizar un deseo para hacerse más rico de lo que se cree.
Deseó que todos sus vecinos recibieran monedas de oro y joyas, para que todos a su alrededor fueran felices, ¡incluido él mismo! Luego utilizó su segundo deseo para viajar a cualquier parte del mundo sin tener que preocuparse por el dinero o los recursos. Finalmente, con su último deseo, Aladino pidió la juventud eterna para poder seguir con sus aventuras para siempre.
El genio concedió cada uno de los deseos de Aladino y le dijo que no olvidara de dónde viene realmente la verdadera felicidad -dentro de uno mismo-, por muchas riquezas que le lleguen. Con esta lección firmemente arraigada en su mente, Aladino siguió con su vida como siempre; explorando nuevos lugares y conociendo a gente interesante por el camino…
Un día, mientras paseaba de nuevo por la ciudad (esta vez con un aspecto mucho menos pobre que antes), Aladino vio otro objeto misterioso encajado entre dos grandes rocas: ¡era otra lámpara! Esta vez, sin embargo, en lugar de ser recibido por un Genio como antes… ¡era un hada encantada la que salía de entre sus paredes! Le explicó que había estado atrapada dentro desde que su magia se agotó; rogándole que la ayudara, le suplicó: «Por favor, llévame de vuelta a casa donde pueda recargar mis poderes de nuevo». Sin dudarlo, Aladino accedió a su petición; después de ayudarla a encontrar el camino de vuelta a casa, le agradeció concediéndole un deseo más como recompensa…
¿El cuarto deseo de Aladino? Permanecer joven para siempre, como cuando el primer genio se lo concedió antes, pero ahora sin ningún tipo de limitación o restricción. A partir de entonces, cada vez que alguien miraba a Aladdín, simplemente pensaba «Vaya, ¿no es increíble ese niño?». Aunque la mayoría de la gente desconocía todas esas maravillosas aventuras mágicas que habían tenido lugar, todo el reino sabía una cosa: ese chico llamado ALADDIN era realmente algo especial.
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