Había una vez dos hermanos que vivían en el pequeño pueblo de Kjøbenhavn. El hermano mayor era muy pobre, mientras que el hermano menor era rico y poderoso.
Un día, cuando el hermano mayor fue a buscar agua al mar, notó algo extraño: ¡sabía salada! Preguntó a algunos de sus vecinos a qué podía deberse, pero nadie parecía saberlo.
Al día siguiente decidió pedir ayuda a su rico hermano pequeño. Sin embargo, cuando llegó a su casa, lo único que encontró fue una nota en la que se decía que su hermano se había ido de expedición y no volvería en semanas. Desesperado por obtener respuestas, el pobre hombre decidió salir solo en busca de pistas sobre por qué el mar se había vuelto tan salado.
Viajó a lo largo y ancho hasta que finalmente dio con un viejo molino rodeado de exuberantes campos verdes llenos de cultivos. Sabiendo que los molinos suelen guardar secretos sobre su entorno, llamó a su puerta con la esperanza de que alguien pudiera darle una respuesta.
Afortunadamente, la suerte estaba de su lado, porque en el interior vivía una vieja molinera muy amable que le dio una cálida bienvenida a su casa antes de explicarle que sabía exactamente por qué el mar se había vuelto más salado de lo habitual: ¡su generosa hospitalidad se extendía demasiado a veces! Como pago por su amabilidad, le ofreció suficientes alimentos de su almacén para que tanto él como su familia no volvieran a pasar hambre… ¡ni tampoco sed si alguna vez necesitaban agua dulce de algún otro lugar!
El corazón del hombre se desbordó de alegría y se lo agradeció profusamente, antes de tomar lo que le ofrecía y volver a casa felizmente, seguro de que, incluso en tiempos de escasez, la generosidad da más frutos que la avaricia.
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