Había una vez una niña llamada Lily que quería a su madre más que a nada en el mundo. Admiraba a su madre por todo lo que hacía y siempre estaba deseando aprender de ella.
Cuando Lily tenía cuatro años, observaba cómo su madre cocinaba la cena para la familia cada noche. Preguntaba qué ingredientes se utilizaban y por qué había que seguir ciertos pasos para que la comida saliera deliciosa. Su madre respondía pacientemente a cada una de sus preguntas e incluso le mostraba cómo hacer cosas como picar cebollas o mezclar la masa. Observando atentamente, Lily aprendió a cocinar platos sencillos que podía hacer en ocasiones especiales o simplemente cuando a todos les apetecía comer algo diferente.
A los siete años, Lily empezó a ayudar también en las tareas domésticas. Ponía la mesa antes de las comidas, ordenaba después y ayudaba a guardar la comida cuando volvían a casa de hacer la compra juntos. Cuando había que arreglar algún problema en la casa -como un grifo que goteaba o una ventana rota-, su madre le enseñaba a Lily a arreglarlo desglosando cada paso en piezas manejables para que incluso alguien joven pudiera entenderlo fácilmente. Con estas habilidades en su haber, pronto Lilly se convirtió en una persona muy hábil en la casa.
Independientemente de la edad que tenga ahora Lilly -ya sea cuatro o siete años-, sigue mirando a su madre con admiración por todo lo que le ha enseñado a través del ejemplo a lo largo de los años; no sólo en cuestiones prácticas, sino también en aquellos valores más importantes como la amabilidad, la paciencia y el amor hacia los demás sin importar sus diferencias son creencias . Al recordar todas estas lecciones, Lilly no pudo evitar sonreír con orgullo al saber que todo lo bueno que lleva dentro proviene directamente de mamá.
No importa la edad que tengamos, nuestras madres siempre serán nuestras primeras maestras, enseñándonos las lecciones más valiosas de la vida y mostrándonos un amor incondicional. Esta historia sirve de recordatorio de este hermoso vínculo entre padres e hijos que nunca debería olvidarse. ¡Quiero a mi madre!
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