Había una vez una cabrita llamada Gertie que vivía en las onduladas colinas de África. Había nacido en una gran familia de cabras, pero siempre se había sentido como una extraña entre sus hermanos y primos.
Un día, Gertie decidió que quería encontrar la hierba más dulce de toda África. Así que se lanzó a la aventura de buscarla.
Vagó por campos y valles hasta que finalmente encontró lo que parecía el paraíso: ¡una hierba verde y exuberante hasta donde alcanzaba la vista! Sabía que eso era lo que buscaba. En su excitación, Gertie olvidó lo lejos que estaba de su casa y empezó a pastar con entusiasmo.
Pasaron las horas hasta que, de repente, la oscuridad descendió sobre la tierra. Por mucho que lo intentara, Gertie no podía recordar qué camino llevaba de nuevo a casa: ¡ni siquiera un guijarro le resultaba ya familiar! Pobre cabrita; tan perdida y sola en tierras desconocidas…
En ese momento, aparecieron de la nada dos viejos y sabios elefantes que intuyeron que algo no iba bien con su joven amiga. Apiadándose de Gertie, tomaron suavemente su trompa y la guiaron por diferentes caminos hasta que finalmente la llevaron de vuelta a casa sana y salva con su familia, ¡y justo antes del amanecer!
Resultó que… Gertie nunca había abandonado en absoluto las colinas a las que pertenecía; a veces las cosas pueden parecer muy diferentes al anochecer si dejamos que nuestra imaginación se aleje demasiado de nosotros… pero el hogar siempre está donde el amor nos espera con su abrazo más cálido, por muy lejos que creamos que nos hemos ido.
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