Érase una vez, en la noche anterior a Halloween, un fantasma diminuto llamado Chantilly. Era tan pequeña que nadie se fijaba en ella; incluso había conseguido colarse en la ciudad sin que nadie la notara.
Chantilly llevaba un tiempo viviendo sola en una vieja casa abandonada y ¡le estaba entrando mucha hambre! Así que finalmente decidió tomar cartas en el asunto y buscar algo que comer.
Salió sigilosamente de las oscuras sombras de la casa y empezó a buscar hasta que algo le llamó la atención: ¡un hueso! Parecía delicioso, justo lo que Chantilly necesitaba, pero en cuanto alargó la mano para cogerlo, ¡algo lo cogió primero!
Era un perro grande y malvado que quería recuperar su hueso. Ladró y chasqueó a Chantilly tratando de ahuyentarla de su cena. Pero en lugar de huir, como habrían hecho la mayoría de los fantasmas, Chantilly se puso de pie y se enfrentó a él con valentía. «Yo también necesito este hueso», dijo con valentía, «así que ¿por qué no lo compartimos los dos?». El perro, sorprendido, se lo pensó un momento y luego asintió: después de todo, no quería problemas, así que aceptó compartirlo con el pequeño fantasma.
Los dos compartieron felizmente su cena aquella noche, disfrutando cada uno de la mitad del sabroso hueso hasta que sólo quedaron los huesos. Y así fue como Chantilly aprendió una importante lección: ¡la comunicación es la clave para resolver los problemas entre dos partes! La honestidad siempre da sus frutos; si eres honesto incluso con aquellos que son mucho más grandes que tú, es más probable que te escuchen y reconozcan tu punto de vista, lo que nos lleva a todos a desarrollar habilidades de pensamiento independiente.
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