Había una vez un niño llamado Manu. Vivía en la India con su familia y les encantaba salir a pasear juntos los fines de semana. Todos los sábados por la mañana, Manu se preparaba para el paseo poniéndose su nuevo impermeable rojo que le habían comprado sus padres.
A Manu le hacía mucha ilusión ponérselo; ¡no podía esperar! Aunque todavía no llovía, sólo quería ponerse el chubasquero y presumir de lo chulo que le quedaba. Su madre se reía al verle correr en círculos llevando sólo el chubasquero rojo sobre la ropa, pero no le importaba en absoluto porque sabía lo feliz que se sentía Manu cuando llevaba ese abrigo especial.
Sin embargo, en su siguiente paseo ocurrió algo inesperado: ¡Comenzó a llover a cántaros! Todo el mundo corrió rápidamente de vuelta a casa, excepto Manu, que se quedó fuera dando saltos de alegría mientras giraba en círculos con su querido chubasquero rojo; ¡se sentía tan orgulloso de sí mismo por habérselo puesto hoy antes de lo habitual!
Las lluvias continuaron durante todo el día y todo el mundo se olvidó pronto del pobrecito Manu, que seguía jugando fuera empapado por todo el agua que venía de arriba… hasta que finalmente, después de que pasara algún tiempo, uno de los hermanos de Manu se dio cuenta de lo que había pasado y salió a buscarlo. Cuando lo encontraron por fin a salvo de nuevo en su casa, cerca de su chimenea, donde se había estado secando desde hacía horas -todos se alegraron al ver la valentía con la que este pequeñín había conseguido enfrentarse a unas lluvias tan intensas, disfrutando de cada momento gracias a estar bien preparado con la ropa adecuada de antemano-. Y desde entonces, cada vez que había días lluviosos como ése, o incluso cuando no se esperaban cambios meteorológicos en breve, Manu siempre recordaba esos momentos pasados al aire libre bajo cielos torrenciales, bien abrigado con nada más que ese mismo chubasquero rojo que le hacía sentirse invencible fuera cual fuera la situación que se le presentara, siempre sin falta
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