Érase una vez una criatura extraordinaria. No era ni un pájaro ni un dinosaurio: ¡era el Kaakaasaurus!
El Kaakaasaurus tenía grandes orejas y largas patas como un dinosaurio, pero plumas como un pájaro. Su pico era curvado y sus ojos eran de color amarillo brillante. Era tan alto que, cuando extendía las alas, éstas podían dar la vuelta al mundo.
Un día, mientras exploraba los bosques de la prehistoria, el Kaakaasaurus tropezó con unos huevos tirados en la hierba. Cuando los observó más de cerca, se dio cuenta con sorpresa de que no eran huevos normales, sino que eran de diferentes colores: ¡rojos, azules y verdes! Sabía que esto debía significar algo especial, así que los recogió cuidadosamente en su bolsa para guardarlos.
Mientras Kaakaasaurs paseaba por el bosque de camino a casa, oyó fuertes rugidos procedentes de los árboles cercanos y se preguntó qué clase de animal podría hacer semejante ruido. De repente, de detrás de él surgieron tres pequeños dinosaurios. Corrieron hacia él gritando emocionados «¡Te hemos buscado por todas partes! Somos tus hijos». Los pequeños dinosaurios le explicaron cómo su madre había puesto aquellos huevos de colores en la hierba antes de morir protegiendo a sus crías del peligro. Ahora se habían reunido con su padre: ¡Kaakaasaurus!
Se dice que desde entonces Kaakaasaurus ha cuidado muy bien de sus hijos, enseñándoles a volar alto en el cielo como lo hacen los pájaros, y a la vez a pisar con dos pies como lo hacen los dinosaurios. Así que la próxima vez que oigas historias sobre criaturas misteriosas que vuelan por encima o que patalean por debajo, recuerda este cuento… ¿Es un pájaro? ¿Es un dinosaurio? No… ¡es KAAKAASAURUS!
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