Había una vez una niña llamada Sania. Acababa de cumplir cuatro años y estaba emocionada por su fiesta de cumpleaños. Todos sus amigos habían llegado y comenzó la celebración.
La madre de Sania decidió hacer que la ocasión fuera muy especial añadiendo un toque educativo a su diversión: ¡juegos de resta! Todos tendrían que practicar sus habilidades de conteo para ganar premios.
El primer juego al que jugaron todos fue el «yo espío». Las reglas eran sencillas: cada persona tenía que encontrar algo en la habitación que coincidiera con el número que le habían dado. Por ejemplo, si a Sania le tocaba el tres, tenía que mirar a su alrededor hasta encontrar tres objetos, como sillas o juguetes, que sumaran.
Cuando llegó el turno de Sania, pensó bien en qué números serían fáciles para su edad y eligió el dos y el cinco. Sus amigos trabajaron juntos buscando por la habitación hasta que descubrieron dos libros en una estantería y cinco peluches sentados en otra silla. Después de que todos se turnaran para encontrar los grupos de objetos correspondientes, llegó el momento de contar en voz alta cuántos objetos había en total para que Sania pudiera practicar sus habilidades de sustracción, ¡y lo hizo perfectamente!
Todo el mundo aplaudió cuando Sania mostró sus habilidades matemáticas con orgullo antes de pasar al siguiente juego en su fiesta de cuarto cumpleaños. Resultó ser tan educativo como divertido, y todos se sintieron felices y más inteligentes al final del día.

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