Érase una vez una pobre y bondadosa niña llamada Cenicienta. Era hija de dos padres cariñosos que habían fallecido cuando ella era sólo un bebé. A pesar de sus desafortunadas circunstancias, Cenicienta mantenía un espíritu alegre y siempre trataba de ayudar a los que la rodeaban.
Un día, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, se topó con una anciana con la que compartió algo de comida de su escaso almuerzo. La misteriosa mujer le dijo a Cenicienta que podía concederle un deseo a la joven como recompensa por ser tan generosa. Sin dudarlo, Cenicienta no deseó otra cosa que vivir como una princesa a pesar de su situación.
La anciana sonrió con conocimiento de causa ante esta petición y agitó su varita sobre la cabeza de Cenicienta tres veces antes de desaparecer en el aire sin que se dijera otra palabra entre ellos. Al principio nada parecía haber cambiado, pero entonces empezó a suceder algo extraordinario: ¡aparecieron de la nada hermosos vestidos y zapatillas de cristal como si hubieran sido enviados por alguna fuerza mágica!
Cenicienta no podía creer lo que estaba ocurriendo a su alrededor: ¡parecía que todos sus sueños se hacían realidad ante sus ojos! Con la nueva confianza nacida de estos dones de hada madrina que se le concedieron, Cenicienta decidió que no sería ningún problema para que incluso alguien en la pobreza como ella se abriera camino en el mundo a pesar de sus humildes comienzos.
Armada con la esperanza y la determinación que le proporcionaron esos objetos encantados que le fueron dados por una fuente desconocida (y que, en secreto, procedían nada menos que de su Hada Madrina), Cindrella emprendió un increíble viaje lleno de maravillas que, finalmente, la llevó hasta la realeza. Y aunque han pasado muchos años desde que esta niña indigente se convirtiera en reina entre reyes… ¡la encantadora historia de lo lejos que puede llevarte la bondad sigue viva inspirando a generaciones tras generaciones desde entonces!
Deja una respuesta