Había una vez, en lo más profundo del cielo nocturno, una hermosa niña de las estrellas. Era tan hermosa que todos los que la miraban brillaban de asombro y admiración.
Se llamaba Hija de las Estrellas y tenía poderes que superaban los de cualquier otra estrella del universo, pues podía desplazarse por el tiempo y el espacio con facilidad, a diferencia de otras de su especie. Era realmente única.
Un día, mientras exploraba un rincón inexplorado del cosmos, la Niña Estrella se topó con un pequeño planeta habitado por pequeñas criaturas conocidas como hadas. Estos pequeños seres vivían pacíficamente en armonía con la naturaleza cuando, de repente, notaron que algo extraño descendía desde lo alto: ¡era Star Child!
Las hadas se asombraron ante una belleza que nadie en su mundo había visto antes, pero también desconfiaron de este poderoso ser que parecía estar fuera de lugar entre ellas. La Niña Estrella no tardó en darse cuenta de lo que había hecho y se disculpó por haberse entrometido en su casa sin invitación ni permiso. Las hadas aceptaron sus disculpas amablemente, pero le advirtieron que no volviera a hacer nada parecido, no fuera a ser que algún día le cayera mala suerte.
La Niña Estrella les agradeció humildemente su consejo y se comprometió a pedir siempre permiso cuando volviera a entrar en el reino de otra persona, mostrando verdadera empatía hacia los más pequeños que ella, aunque tuviera un gran poder sobre ellos si quería utilizarlo imprudentemente. Luego se despidió de estas gentiles criaturas y regresó al cielo nocturno jurando no olvidar nunca esta lección de humildad aprendida en aquel fatídico día entre la morada de las hadas.»
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