Érase una vez un gigante que vivía en un castillo rodeado de altos muros. El gigante era muy egoísta y no le gustaba compartir su jardín con nadie. Todos los días se aseguraba de que nadie pudiera entrar en el jardín, ni siquiera los niños que querían jugar allí.
Un día, el sol brillaba con fuerza y todos los pájaros cantaban alegremente. De repente, cuatro niños pequeños aparecieron a las puertas del castillo con ganas de jugar en el jardín, pero cuando pidieron permiso al gigante, éste gritó enfadado que no podían entrar.
Los pobres niños se marcharon sin conseguir lo que querían, pero poco después de que se fueran empezó a nevar copiosamente en el exterior. La nieve siguió cayendo noche y día hasta que, de repente, todo se volvió blanco: ¡incluso todas sus hermosas flores del jardín habían desaparecido bajo su espesa capa de nieve!
El gigante se sintió tan triste al ver su amado jardín cubierto de nieve que decidió abrir sus puertas y dejar entrar a todo el que quisiera venir a jugar en él, ¡en lugar de guardarlo tan egoístamente sólo para él!
Los niños y las niñas entraron corriendo en sus preciosos jardines, donde rieron juntos como si se tratara de una tierra encantada llena de sorpresas. Cantaban canciones mientras jugaban en los columpios colgados de los árboles o simplemente se tumbaban viendo pasar las nubes, disfrutando de cada momento que pasaban juntos.
El Gigante estaba rebosante de felicidad al ver cómo se divertían todos en su Jardín mágico, que volvió a cobrar vida gracias a la presencia de estos alegres niños. Ahora sigue abriendo sus puertas cada mañana para que más gente pueda venir a disfrutar de su belleza.
Mientras tanto, en casa, los padres también se dieron cuenta de lo felices que parecían sus hijos después de pasar tiempo aquí, lo que les hizo agradecerle profusamente que les permitiera formar parte de este lugar tan especial y lleno de magia.
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