Érase una vez una niña llamada Matilda. Era una niña imaginativa y creativa a la que le encantaba explorar el mundo que la rodeaba. Un día, mientras exploraba en el bosque cercano a su casa, tropezó con una misteriosa bola brillante.
Matilda alargó la mano para tocarla y, de repente, ¡todo se volvió oscuro! Cuando volvió la luz, se encontró en un bosque encantado lleno de criaturas mágicas. Un hada se presentó ante ella y le explicó que no era una bola cualquiera: ¡había sido tocada por la magia y podía conceder tres deseos!
El hada le dijo a Matilda que si pedía todos sus deseos con sabiduría, se harían realidad, pero le advirtió que no los utilizara para obtener un beneficio egoísta, ya que se volvería en su contra. Intrigada por su poder, Matilda dio las gracias al hada y aceptó el regalo de la bola con gran entusiasmo.
Matilda no tardó en pedir un deseo especial: ¡la invisibilidad! De repente, desapareció de la vista, lo que la alegró enormemente, pero también asustó a algunas de las otras criaturas que vivían en el bosque. Para tranquilizarlos, Matilda decidió utilizar uno de sus dos deseos restantes para hacer que todos los demás fueran también invisibles, ¡así no se asustarían cuando volvieran a ver a alguien desaparecer en el aire! Todos agradecieron esa generosidad y alabaron la creatividad y la honestidad de Matilda.
Para su último deseo, Matilda quería algo más práctico que volverse invisible: ¡el conocimiento! La bola le concedió acceso a cualquier biblioteca que eligiera, lo que le permitió tener información ilimitada al alcance de la mano siempre que la necesitara; ya fuera para realizar tareas escolares o simplemente para leer sobre nuevos temas por curiosidad. Con los tres deseos cumplidos, Matilda agradeció profusamente tanto al hada como a la bola mágica antes de marcharse con una nueva confianza en sí misma, habiendo aprendido valiosas lecciones sobre cómo comunicarse con claridad incluso cuando está enfadada o frustrada gracias a su ayuda en el camino
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