Había una vez dos amigos, un valiente bombero y su fiel perro. Los dos habían pasado juntos por lo bueno y lo malo, pero nada les preparó para los incendios forestales australianos que arrasaron su estado.
El bombero estaba decidido a hacer todo lo que pudiera para ayudar a apagar las voraces llamas que amenazaban hogares y vidas por igual. Trabajó incansablemente día tras día sin descanso. Su leal amigo permaneció a su lado en todo momento, sin dejarle solo en su misión.
Una noche especialmente difícil encontró a nuestro héroe exhausto mientras se enfrentaba a otro gran incendio con sólo él y su compañero canino para combatirlo. Mientras se enfrentaban al infierno que tenían ante sí, ocurrió algo extraño: ¡de repente se oyó un rugido descomunal desde más allá de las llamas! ¡No se parecía a nada que ninguno de los dos hubiera oído antes!
Cuando miraron más de cerca lo que tenían delante, vieron que, en lugar de una llama gigantesca, había muchos fuegos más pequeños que se unían en un enorme muro de llamas: ¡cada chispa individual encendía a su vecina hasta que todo se convertía en una gran bola de fuego! Asombrados por esta poderosa fuerza de la naturaleza, nuestros héroes sabían que necesitaban ayuda si querían derrotar a este formidable enemigo.
En ese momento ocurrió algo sorprendente: de la nada apareció un equipo de bomberos voluntarios que habían venido de cerca y de lejos para ayudar a apagar estas devastadoras llamas. Con una esperanza renovada, nuestro dúo partió junto a sus nuevos aliados a la batalla contra este monstruo, trabajando enérgicamente durante toda la noche hasta que el amanecer trajo la noticia de que se había logrado la victoria.
Junto con el respeto mutuo por el valor del otro durante esas largas horas de lucha contra tan feroces adversidades, comenzó una nueva amistad entre el hombre y la bestia que duraría para siempre; porque cuando llegaron los incendios no eran sólo casas
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